Depresión en el adulto mayor

La depresión en el adulto mayor es un trastorno severo que altera la funcionalidad, disminuye la calidad de vida y aumenta la mortalidad. Por ello, es necesario que los médicos conozcan la prevalencia de estas enfermedades y sus implicaciones clínicas, para poder instaurar un manejo adecuado.

Los trastornos del ánimo son frecuentes en el adulto mayor y su prevalencia aumenta a medida que la población envejece. La bipolaridad y la depresión, por ejemplo, se asocian fuertemente a consecuencias negativas en la población geriátrica. Esta asociación se relaciona con las comorbilidades presentes propias de esta población, como déficits cognitivos, riesgo de suicidio y mortalidad general. La depresión en el adulto mayor es un trastorno severo que altera la funcionalidad, disminuye la calidad de vida y aumenta la mortalidad. Por ello, es necesario que los médicos conozcan la prevalencia de estas enfermedades y sus implicaciones clínicas, para poder instaurar un manejo adecuado.


El trastorno depresivo ocurre en un 10 a un 38% de la población mayor. En general, el 35.3% de los casos de depresión en el adulto mayor son leves, 51.9% moderados y 12.7% severos. A medida que avanza la edad de los pacientes mayores con depresión, aumentan la evolución desfavorable, la probabilidad de una recaída, una peor respuesta terapéutica y una recuperación funcional incompleta. Adicionalmente, es común la prevalencia de depresión resistente al tratamiento en esta población. Tal vez, de los datos epidemiológicos más desconcertantes que se pueden encontrar, es que la depresión en el adulto mayor es un síndrome poco reconocido, que sólo es detectado en cuatro adultos mayores de cada 10 que tienen trastornos depresivos o, en el mejor de los casos, en seis de cada 10.


Cada vez hay más evidencia acerca las relaciones entre la depresión y las disfunciones neuroendocrinas y cerebrovasculares, las neurotrofinas, los mecanismos inflamatorios y las asociaciones entre depresión mayor y riesgo de demencia, en especial de la enfermedad de Alzheimer. Actualmente, se conoce que hay cambios en la vida que aumentan el riesgo de depresión, como enfermedades crónicas, dolor crónico, el síndrome de “nido vacío”, la muerte de familiares y/o amigos cercanos y la pérdida de independencia (pasar a vivir en un hogar para adultos mayores o empezar a tener dificultades para movilizarse).


Los síntomas de depresión en el adulto mayor pueden variar de los signos y síntomas clásicos y el médico los debe conocer. Hay más trastornos del sueño, fatiga, retardo psicomotor y desesperanza que en el adulto joven. Adicionalmente, el adulto mayor se queja más de pseudodemencia, alteraciones de la memoria y concentración, y de procesamiento cognitivo más lento. La enfermedad de Parkinson y los accidentes cerebrovasculares son comorbilidades que se asocian a la depresión en el adulto mayor y, tal vez, esta puede ser la explicación de la sintomatología en la población geriátrica. Por ejemplo, la depresión post ACV frecuentemente se asocia con síntomas vegetativos severos. En la enfermedad de Parkinson, la depresión es usualmente más leve, con menos anhedonia que en pacientes mayores sin comorbilidades.


Es esencial descartar las causas orgánicas en un adulto mayor que se presente con depresión al consultorio. Además de una anamnesis y un examen físico con énfasis en el examen neurológico, se deben incluir los paraclínicos: perfil metabólico, cuadro hemático, función tiroidea, toxicología y neuroimagenología como electroencefalograma y punción lumbar. Si es necesario, se debe referir a un psiquiatra para ayudar con el diagnóstico y el tratamiento.


Las guías generales para el tratamiento de depresión en la población geriátrica son en su mayor parte similares a las guías aceptadas para el tratamiento para adultos de mediana edad. Se ha demostrado una eficacia similar con inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), inhibidores duales, antidepresivos tricíclicos e inhibidores de monoaminoxidasa. Sin embargo, hay antidepresivos que se han demostrado mejores para pacientes mayores. Teniendo en cuenta las comorbilidades, los antidepresivos con mejor perfil farmacocinético tienen menor riesgo de interacciones farmacológicas. Medicamentos como la sertralina, el citalopram, el escitalopram y la desvenlafaxina deberían ser la primera elección, según las guías. Adicionalmente, los ISRS no se asocian a efectos anticolinérgicos ni sedantes, lo que los hace ideales para el tratamiento del adulto mayor.


Diferentes modalidades de la psicoterapia han demostrado ser eficaces también en el tratamiento de depresión en el adulto mayor. La terapia electroconvulsiva ha demostrado una mejoría de más del 80% en la mayoría de ensayos; no obstante, hay eventos adversos significativos de esta terapia que ameritan una seria revisión al momento de usar este método. Nuevas intervenciones, como la estimulación magnética transcraneana repetitiva, han demostrado hasta ahora tener un efecto similar al obtenido con los antidepresivos. Finalmente, algunos ensayos reportan que el ejercicio es tan efectivo como los antidepresivos y mejor que el placebo.


El médico debe conocer esta enfermedad a fondo para poder ofrecerle al paciente la mejor opción terapéutica. De igual forma, debe educar al paciente y a los cuidadores sobre las terapias y los efectos adversos que se pueden presentar. Es crítico que el médico instruya al cuidador sobre la indagación y reporte de las ideas suicidas.


Igualmente, el adulto mayor debe recibir la instrucción de buscar ayuda en caso de querer suicidarse, ya sea llamando al médico, acudiendo a un servicio de urgencias o llamando a una línea de apoyo.


Aparte de instaurar el tratamiento, el médico le debe hacer énfasis al paciente y a los cuidadores que apoyar, entender, tener paciencia y motivar son formas de ayudar a un adulto mayor con depresión.


Escrito por: Redacción Avances en Salud, Editores Académicos SAS. Septiembre 2016.



Referencias:

  • Valiendo, L. D. C. L., Stella, F., & Forlenza, O. V. (2016). Mood disorders in the elderly: prevalence, functional impact, and management challenges. Neuropsychiatric Disease and Treatment, 12, 2015.
  • National Institute of Mental Health. 2016.